
Llevo días dándole vueltas a una de esas palabras que se me antojan grandes, enormes. Una palabra de calado, profunda. Una palabra de las que yo llamo «cenote».
Los cenotes son pozos de agua profunda. Se alimentan de la filtración de la lluvia y de las corrientes de los ríos que nacen en el corazón de la tierra. Nadar en un cenote es una experiencia única. Suelen estar en parajes de naturaleza exuberante y sus aguas, si han podido ser preservadas, son cristalinas y fresquitas.
Mi «palabra cenote» es empatía. Fácil de pronunciar, quizá también de comprender, pero tremendamente difícil de integrar en toda su dimensión, como lo es la mística que rodea a los cenotes.
Empatía es ponerse en la piel de la otra persona, en sus zapatos. Es esa habilidad de comprender el ajetreo o la calma emocional de la otra persona. Nada que ver con compartir una misma opinión o estar de acuerdo con una reacción o apreciación. Y, por supuesto, mucho más allá que la mera simpatía.
En su reconocido estudio sobre la empatía, Theresa Wiseman describió atributos fundamentales para esta habilidad:
- Tener la capacidad de ver la perspectiva de la otra persona, reconociéndola como la verdad para ella. Esta afirmación tiene mucho que ver con el concepto «el mapa no es el territorio», usado en la Programación Neurolingüística. Se basa en la idea de que las personas tenemos nuestra propia y particular lectura de lo que llamamos la realidad, una interpretación consecuencia de toda nuestra mochila vital. Poder leer el mapa de la otra persona y reconocerlo tan válido como nuestro propio mapa, es la esencia de la empatía.
- No emitir juicio. Una vez reconocida la verdad de la otra persona, es preciso aceptarla (que no compartirla), descartando juicios de valor hacia ese otro «mapa» que hemos sido capaces de descifrar. Toca dejar de lado cábalas y presunciones y tomar lo que hay, sin más.
- Reconocer las emociones de la otra persona y comunicárselo. Si los dos puntos anteriores tienen su complejidad, quizás este sea el más difícil de llevar a cabo… ¿por qué motivo? Pues, porque para reconocer una emoción en otra persona es necesario que hurgue dentro de mí y encuentre un sinónimo de esa misma emoción. Es la única manera que tengo para conectar de forma auténtica con la otra persona. Y este ejercicio puede resultar doloroso, provocando habitualmente un comportamiento superficial, una empatía superflua que no transmite mensaje alguno a la otra persona.
La empatía es esa infraestructura necesaria para conectar con la otra persona, es darnos permiso para entrar en ese espacio sagrado donde los sentimientos y emociones se manifiestan. Es el salvoconducto imprescindible para las relaciones interpersonales.
La empatía es, sin lugar a dudas, una habilidad a la que asirse fuertemente en estos tiempos complejos e inciertos, tiempos que amenazan con enfriar nuestra humanidad.
Cual cenote, zambullámonos en las cristalinas aguas de la empatía, donde los mapas individuales confluyan, generando una exuberante realidad plagada de oportunidades comunes.

M’encanta Mercè!!! I jo que he nadat dins cenotes entenc i m’enamora la sintonia amb la gran paraula EMPATIA. Com m’agrada la sincrocinitat!!! Vaig escriure fa un mes un article sobre l empatia que aviat em publicaran. Aprenc cada dia de persones com tu!!! I el llibte Alfas y Omegas és un viatge de benestar, optimisme, empatia, connexió emocional i felicitat en essènciam Agraïda!!!!
Moments empàtics Neus!