Una de las definiciones más habituales del término “triunfar” es: ganar o conseguir la victoria en una lucha o competición. Y así es como muchas personas ven su carrera profesional.
Se antepone la sed de ascensos, reconocimiento social y progreso económico a cualquier otro motivo. Lejos quedan la voluntad de aportar valor a empleados y clientes, la vocación de cooperar y co-crear como forma de alcanzar metas más elevadas o la preocupación para que los miembros del equipo encuentren el espacio para poder desarrollarse y crecer como profesionales y como personas.

Si has caído en las redes de este sinsentido, detente y piensa si esta forma de actuar realmente te aporta plenitud o más bien desasosiego. Porque este tipo de ambición es una carrera sin fin. Tras conseguir conquistar una etapa ansiamos ya la consecución de la siguiente meta, sin tiempo para saborearla pues una nueva ambición se impone.
Esta es la conceptualización de triunfo que ha dictaminado el capitalismo atroz que cierta parte de la sociedad suscribe, dejando el término en un limbo etéreo y superficial.
Pero es bien sabido que las personas nos sentimos plenamente satisfechas cuando tenemos la certeza de que nuestro trabajo contribuye, de un modo u otro, a generar bienestar. La gran mayoría de personas deseamos en nuestro fuero interno que nuestro esfuerzo se traduzca en algo contributivo.
De este modo, triunfar en el trabajo no es el acopio de bienes materiales y reconocimientos interesados sino el poder tener la certeza de que nuestro esfuerzo se traduce en riqueza, siendo este término mucho más amplio que la simple generación económica.