Habitualmente vivimos en grandes urbes, apartados de la naturaleza y rodeados de cemento, fuera de nuestro hábitat original.
En contadas ocasiones andamos descalzos sobre la tierra, la hierba o la arena, recibimos la energía de los árboles o los reconfortantes iones de la brisa del mar.

Por el contrario, estamos sometidos a todo tipo de agresiones. Contaminación atmosférica, acústica, bullicio, prisas…nos generan altas dosis de estrés que se contagia de unos a otros.
Que en estas condiciones aflore la creatividad es casi un milagro…y sin embargo, la necesitamos para nuestro progreso individual y como activo de gran valor en las empresas.
Sería deseable que una vez a la semana nos regaláramos un paseo por la playa o por el monte. Caminar sin más pretensión que respirar aire saludable dejando sin ocupación nuestra mente. En silencio, agudizando los sentidos, dejándonos llevar.
Y sería deseable también que las empresas habilitaran espacios, como pequeños oasis, donde los materiales fueran naturales y abundaran las plantas.
Dos formas sencillas de facilitar nuestro acceso a la fuente de la creatividad para sentirnos mejor, para ser mejores.