
Y aquí estamos ya con el primer mes del año consumido. De nuevo, inmers@s en la vorágine del día a día, en esa exigencia que a veces es real y a veces generada por nosotr@s mism@s.
Otra vez con las agendas repletas de demandas que, a menudo, nos llevan a la extenuación. Parece como si hubiéramos cedido el control de nuestra vida a un ente superior quien nos marca ritmos y prioridades que, ni tan siquiera, están acordes con nuestras propias necesidades.
¿Te has preguntado alguna vez por qué haces lo que haces? Me refiero a esas cosas que hacemos casi sin pensar, con el piloto automático, que son pura rutina, porque siempre las hemos hecho…
De tanto en tanto, es tremendamente enriquecedor pararse y dedicarle un buen rato a analizar qué estamos haciendo en nuestro día a día, qué cosas han dejado de tener sentido pero seguimos haciendo por inercia, qué cosas podríamos hacer de forma distinta para que fueran más eficientes y satisfactorias y también qué actividades querríamos hacer pero no caben en nuestra agenda.
Si te animas a este autoanálisis, ten en cuenta un par de aspectos clave que no deberían faltar en tu agenda:
Cada día. Focalízate en lo importante sin dejar que lo urgente te colapse.
Importantes son aquellas cosas que nos proporcionan un sentimiento de bienestar, casi diría de felicidad. Cosas que sabemos en lo más profundo, que tienen sentido para nosotr@s. Me refiero a esas actividades que nos acercan a nuestro ideal de vida, que nos encaminan a ser mejor persona, mejor profesional.
Aún sabiendo de la relevancia de estas actividades, es habitual que, al final del día, queden arrinconadas, pisoteadas por las urgencias. El mejor antídoto para que esto no ocurra es echar mano de la planificación.
Propuesta: reserva cada día, sin excepción, un espacio en tu agenda, por pequeño que sea, para una actividad importante. Quizás sea leer un capítulo de un libro, ver un TED Talk, cultivar una relación personal que sea nutritiva… o cualquier cosa relevante para ti.
Una vez a la semana: Resérvate un espacio para no hacer nada.
Aunque pueda parecernos una quimera, no hacer nada es la forma más productiva de hacer. Muchas personas se sienten casi al borde de la saturación por la combinación de lo que supone gestionar emocionalmente este entorno complejo e incierto y la multitud de tareas que hay que llevar a cabo a diario.
Pararse y dejar de hacer. Simplemente sentarse y dejar que la mente vague libre, errática, es una buenísima válvula de escape. Posiblemente estés pensando que esta propuesta es, simplemente, perder el tiempo. Pero es justo lo contrario. Darle un descanso a nuestra maquinaria es pura inversión.
Si cada dos hora de conducción tenemos que parar a descansar… ¿por qué no hacer lo propio con nuestro mecanismo interno, aunque sea de tanto en tanto?
Propuesta: al menos una vez a la semana, reserva un espacio en tu agenda para no hacer nada. Aunque sea media hora, siéntate en un lugar tranquilo sin hacer absolutamente nada. Verás como, poco a poco, este será un espacio de lo más productivo.
Quizá el ejemplo más emblemático sea el de Isaac Newton. Cuentan que un buen día, saturado de fórmulas y desarrollos matemáticos, salió a dar un paseo. Se sentó plácidamente debajo de un árbol y algo tan natural como la caída de una manzana le desveló una teoría que revolucionó la ciencia.

En tiempos exigentes como los que nos toca vivir, es importante que dediquemos tiempo a cuidarnos. Necesitamos más que nunca poner límites a lo que nos drena energía para dejar espacio a lo que nos regenera.
Cuídate, cuida tu cuerpo, cuida tu mente ¡y no te olvides de atender también a tu alma!