Llevamos ya varias semanas de confinamiento y es tremendamente interesante observar como está viviendo cada cual esta situación.
Poco a poco van aflorando comportamientos muy ligados a nuestro contexto, a patrones y creencias que nos han estado gobernando, a experiencias vividas e integradas por cada uno de nosotros, de nosotras.
El libro abierto que representan las redes sociales muestran un nutrido abanico de perfiles. Unos necesitan “hacer”, “hacer” constantemente, ocupar el tiempo sin dejarle hueco alguno. Otros en cambio da la impresión de que han desaparecido, parece que han escogido el aislamiento y el silencio, optando por un camino de introspección.
De algunos da la impresión de tener la imperiosa necesidad de ayudar, de sentirse útiles a toda costa. Otros en cambio, de sentirse arropados y guiados.
Varios se aferran a lo que ya no es, en un estado de negación comprensible y esperan impacientes el regreso a lo conocido. Y otros abogan por soltar lastre y apostar por una incertidumbre que puede traer consigo cambios positivos.
Sin duda, todos y todas hacemos lo que podemos. Cada cual proyecta un futuro acorde con lo que acumula en su fardo vital. Al fin y al cabo, no estamos habituados a que, de un manotazo, nos saquen de nuestra zona de confort arrojándonos a un terreno que apenas se sostiene bajo nuestros pies.
Sea como sea, frases del tipo “todo saldrá bien”, “pronto volveremos a la normalidad”, “esto no es más que un paréntesis”, son bonitas de escuchar pero nos hacen un flaco favor. Porque posiblemente habrá un buen número de cosas que no saldrán bien, porque la experiencia es demasiado profunda como para volver a los parámetros con los que definíamos normalidad, porque esto más que un paréntesis son unos puntos suspensivos.
Así que parece más razonable hablar de “esto es lo que hay” en el sentido de aceptación que no resignación. Y empezar a preguntarse ¿con lo que hay que puedo hacer? Y en ese preciso instante dejamos de lado la pasividad de la espera a que todo vuelva a su cauce y abrimos las puertas a un mundo de posibilidades. Nos colocamos en una actitud activa para lidiar con lo que acontece, de afrontar las dificultades y de explorar en las oportunidades. Una actitud constructiva, con los pies en el suelo y la cabeza en las nubes.
Hay tres reflexiones que se me antojan útiles para colocarnos en la senda de la actitud positiva:
1. Aceptar la desorientación y la tristeza como parte del proceso.
Sí, estamos ante un cambio de orden. Ha venido casi de sopetón, avisando poco y sin manual de instrucciones. Lógico estar desorientado y lógica la tristeza…igual nos sienta bien permitirnos estos sentimientos y darles un lugar sin confrontarlos ni negarlos. Sin recrearnos en ellos, solo concediéndoles su tiempo para que se disuelvan poco a poco.
2. Menos hacer y más ser.
Veníamos de un contexto hiperactivo donde lo importante era hacer continuamente. Agendas repletas y vidas cronometradas. Dominados por el calendario y el reloj, obsesionados por la eficiencia y la productividad. Objetivamente, esta presión se ha relajado con las restricciones de movilidad física…¿pero realmente ha sido así o hemos rellenado los huecos con otro tipo de actividades, muchas de ellas virtuales, y volvemos a estar en las mismas? ¿Qué pasaría si nos concediéramos una tregua? ¿cómo sería desidentificarnos con el personaje que hace y consigue cosas e identificarnos con la persona que siente y simplemente es?
3. Dejarse transformar.
La resistencia al cambio es algo agotador. Nos consume muchísima energía. Decía el físico Heisenberg en su emblemático discurso en la Universidad de Munich que somos energía en continua vibración. Y este momento nos está drenando muchísima energía…
Ciertamente, la energía está en estado de cambio permanente. Por tanto, estamos, como afirma el Budismo, en un mundo impermanente. Siendo así, ¿qué sentido tiene aferrarse a una presunta normalidad estable? Parece una opción cuyo resultado será siempre el sufrimiento…¿y si esto va más de surfear? ¿Y si lo que está haciéndose evidente es la necesidad de trabajar el desapego? ¿Y si las reglas del juego para esta nueva partida van más bien de permitirse fluir que de resistencias?
Igual hay que empezar a soltar viejos patrones sustentados en la necesidad de control, de dominio, de jerarquía, de confrontación, de dualidad y empezar a experimentar con otros comportamientos que estamos viendo mucho más efectivos en esta crisis como la cooperación, la empatía, la generosidad o la bondad.
Y poco a poco aceptando lo que hay, despojándonos de capas superfluas, recuperando viejos valores, igual podemos ir tejiendo entre todos una nueva normalidad. Y en este terreno fértil seguro será más fácil que germine el deseo de emprender nuevos retos repletos de sentido.
Y mis últimas palabras para todas aquellas personas que sufren o han sufrido en primera persona la faceta más cruel del virus y me refiero al padecimiento de la propia enfermedad y al desconsuelo de la muerte de allegados. Desearos de todo corazón que encontréis en vosotros y en vosotras esa fuerza interna que todos tenemos, que nos permite sobreponernos al dolor y seguir nuestro camino.
Sea como sea, que así sea.
Créditos imagen: Miram Oh en Unsplash