Hace meses que estoy escribiendo mi segundo libro. El primero giraba entorno a la persona y a la necesidad de volver a conectar con uno mismo, de aprender a reconocer y dejar fluir las capacidades infinitas que tenemos, de descubrir que estamos en este mundo de paso para cumplir una misión que nos ha sido encomendada y que tiene mucho que ver con discernir nuestro don y utilizarlo para co-crear un mundo más habitable donde sea más fácil ser feliz.
El segundo libro versa sobre las empresas y su responsabilidad en esa co-creación de un mundo mejor. Porque al fin y al cabo las empresas son la suma de las personas que las componen, de sus clientes, proveedores y todos y cada uno de los individuos con los que se relacionan.
Para que el libro sea la voz de cuantas más personas mejor, estoy realizando una serie de entrevistas donde grupos heterogéneos reflexionan generosamente sobre distintos aspectos que les propongo. Y no hay sesión en la que no aparezca el comentario sobre la necesidad de que la empresa muestre un comportamiento congruente entre lo que manifiesta y sus actuaciones. Esto es, que sea fiel a los valores y misión que dice tener y que éstos no sean una mera expresión de márquetin.
Los empleados quieren sentirse parte de un proyecto auténtico, de una propuesta que tenga sentido y genere valor para los individuos. Rehúsan vincularse y comprometerse con empresas incongruentes. Ahí solo trabajan, alquilan su tiempo sin entregar su pasión ni su talento.