
Hace ya unas cuantas vacaciones, visité el campo de concentración de Mauthausen. Anduve prácticamente sola deambulando por los patios, los barracones, las duchas (algunas de gas), los crematorios… subí y bajé apesadumbrada la escalera de la muerte. Imaginé el horror vivido entre aquellos muros. A pesar del silencio y la solitud, el sufrimiento estaba allí presente, lo impregnaba todo.
Pero lo que más me impresionó estaba afuera, alrededor de la fortificación. Mauthausen se encuentra en la parte superior de la ladera de una colina. Descendiendo encontré un buen número de casitas esparcidas por aquí y por allá. En una de ellas vi un anciano y una anciana sentados en un banco de piedra, tomando el sol de media tarde. Me detuve cerca de ellos, de su casita rodeada de pastos y custodiada a pocas decenas de metros por el campo de concentración. Pensé que, por su edad, muy probablemente estas personas fueron testimonios de la barbarie. De gritos desgarradores y de olor a muerte. Quizás compartían el ideal nazi o quizás les carcomía la impotencia. De una u otra forma, fueron parte (y quizás arte) de ese momento histórico que nunca debió acontecer.
Y aquí estamos, décadas más tarde, intentando procesar una barbarie más. En este caso la de los talibanes, aunque qué más da el nombre que le demos. De nada contribuye a paliar el sufrimiento de miles de personas. Leyendo las noticias y viendo las imágenes intuyo el terror de tantas y tantas mujeres ante la caída de Kabul. Solo lo intuyo…es demasiado enorme e inabarcable imaginarlo siquiera.
Y, a parte de estremecerme, me pregunto: ¿qué más puedo hacer?, ¿alguna acción posible al alcance de mi mano?
Participar en actos, suscribir denuncias, exigir corredores humanitarios, etc. ¿Y algo más?
Se me cruza un pensamiento, un concepto que me caló hondo en cuanto lo escuché: las cascadas tróficas. Es un término usado esencialmente en biología y que hace referencia a las interacciones indirectas que pueden impactar ecosistemas enteros cuando uno de los niveles tróficos es modificado. Un ejemplo muy ilustrativo es la introducción del lobo salvaje en el Parque de Yellowstone. Este animal dejó de tener presencia en el hábitat del Parque durante casi 70 años. Al ser un gran depredador, su ausencia propició un aumento excesivo de alces, que a su vez arrasaron con la vegetación, hecho que provocó la disminución drástica de animales que viven o se alimentan de árboles y arbustos, como el oso. Así mismo, la tierra debilitada por la ausencia de plantas y raíces contribuyó a modificar el curso de los ríos, provocando a su vez más desolación y destrucción.
En un momento determinado, se optó por introducir unos cuantos ejemplares de lobo nuevamente, cuyo efecto fue un cambio evidente en la fauna y flora del lugar. El alce, sintiéndose amenazado, empezó a ascender por las laderas permitiendo el florecimiento de los pastos y el retorno de tantas especies que habían abandonado el parque por falta de alimento.
Retomo el hilo de mi argumentación incorporando las cascadas tróficas como metáfora: los pequeños actos individuales pueden tener consecuencias inimaginables. ¿O acaso sabían unos pocos lobos que su mera presencia cambiaría de forma drástica el ecosistema del parque? La barbarie que se desata casi a diario en algún punto de nuestro planeta es propia de un paradigma de dominación, de sociedades regidas por la violencia, la imposición, el
sometimiento, el control, el miedo. Pero como afirma la socióloga y escritora Riane Eisler, «es falso que la violencia y la dominación masculina sean parte de nuestra naturaleza humana». Apoyada en la ciencia, Eisler demuestra que es posible un mundo incluyente, justo y pacífico, siendo una realidad que ya experimentamos en tiempos remotos.
Siendo así y entendiendo que es labor conjunta erradicar el paradigma de dominación, la pregunta que deberíamos hacernos a cada momento sería: a mi nivel trófico (de vuelta a la metáfora), ¿cómo puedo incidir yo, individualmente,
para detonar la cascada?

VIDEO RECOMENDADO
Un video corto que muestra cómo funcionan las cascadas tróficas. Metafóricamente,
un excelente ejemplo para entender el poder transformador de los pequeños cambios,
mucho más allá de lo que podamos estimar.
LECTURA RECOMENDADA
El cáliz y la espada. Riane Eisler.
La autora argumenta sólidamente que la confrontación entre hombres y mujeres no responde a un orden divino o a una configuración biológica. Basándose en evidencias arqueológicas, antropológicas e históricas, Eisler demuestra que hubo en el pasado comunidades regidas por la inclusión y la participación en lugar de la dominación y la destrucción. Una lectura esperanzadora sobre un futuro posible.